Una bomba de tiempo: el transporte público

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La tentación es la de disertar sobre la economía del transporte público en Venezuela, exhibiendo cifras y tendencias de un seguro colapso.

E, incluso, ensayarlo desde la perspectiva sociológica, marcando un grave retroceso en la atención diligente de los usuarios que se resignan, generando conductas que abonan a nuestra descomposición cívica.

Lo cierto es que, por más que se resistan los propietarios o los llamados avances, por cierto, dibujando una particular relación laboral, cada vez más se reduce el parque automotor en los medios urbanos y rurales, por problemas de mantenimiento.

En buena parte del país, se nos dice, hay rutas que apenas disponen del 40% de las unidades de transportación, por el encarecimiento e inexistencia misma de los repuestos indispensables.

Busetas de las más variadas marcas y modelos, consignan su antigüedad en los estacionamientos que tampoco las garantizan frente al pillaje, el desvalijamiento o hurto definitivo.

Quedan atrás las arriesgadas caravanas hacia las fronteras para adquirir las piezas de un costo que ya no las justifica, obligando a los conductores a desesperar por otros oficios para el urgido presupuesto familiar.

Para el primero de abril venidero, se anuncia un aumento de la tarifa básica de cien a trescientos bolívares por persona, insuficientes para poner en marcha una unidad que debe aventurarse por el pavimento destrozado que desteje todo caserío, pueblo o ciudad.

Mortal para el usuario que no sólo ha bajado el consumo de alimentos y medicamentos, sino que también tiene parado su vehículo, sintiendo el peso del dilema: deja de comer para adquirir los repuestos que le urgen o, simplemente, venderlo a sabiendas que muy difícilmente podrá adquirir otro, apuñaleado por una inflación de cuatro dígitos.

Un fenómeno semejante padecen los moto-taxistas que, además de lidiar con el hampa que suele empañar al gremio, exponente de una movilidad inatajable sobre dos ruedas, difícilmente logran una tarifa equilibrada que los hizo hazañosos en las urbes más congestionadas.

Atrás queda una emblemática faena del emprendimiento, pues, convertido en un magno negocio de los más aventajados burócratas, ya pasó el auge de la importación de motocicletas de predominante origen chino que convirtió el manubrio en todo un símbolo citadino.

Los todavía escasos sistemas ferroviarios del país, superficie arriba o abajo, referentes del peligro como nunca antes fueron, agolpados, no satisfacen la demanda como es deseable, por no citar la ruindad que ha trepado al emblemático Metro de Caracas, a todas luces inauditable.

El Estado, o esa simulación que se hace llamar tal, ha fracasado y parece destinarnos al empleo de cualquier e improvisado material rodante que haga las veces de transporte público, en un futuro cercano, como si trasladase ganado: ni siquiera hay quienes se atrevan a apostar por una bicicleta, ya que puede perderla con la vida misma.

En lugar de institucionalizar una instancia de entendimiento con los gremios del transporte y los numerosos comités de usuarios, el gobierno opta por desafiarlos y, por supuesto, con la amenaza de la fuerza bruta, conjurar cualquier protesta o paro, tildándola de golpista por más que se exhiba el Carnet de la Patria.

Ha activado una suerte de bomba de tiempo, prometida la parálisis insoportable de las principales ciudades, buscando afanosamente al tercero culpable de nuestras desdichas, esperando por un mejor momento para el el anuncio de nuevo aumento del combustible, gasolina y gas-oil.

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